Los Estados Carenciales by Angela Vallvey

Los Estados Carenciales by Angela Vallvey

autor:Angela Vallvey
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2010-01-04T08:25:45+00:00


LA ANGUSTIA

Madre e hija van sentadas dentro del coche, en los asientos traseros. Penélope ha hecho varias llamadas («Dios mío -ha gimoteado Jana al oírla-, tu madre con cáncer y yo con el corazón roto. ¿Quién nos va a curar a todas nosotras, Penélope?, ¿quién?»), y luego ha pedido que vaya a recogerlas el chofer de la empresa. Ruedan discretamente por las calles de un Madrid lluvioso y amortecido. Sus cuerpos no se tocan, cada una contempla las aceras encharcadas a través del cristal empañado de su ventanilla.

Es curiosa esta sensación, piensa Penélope. Pensar que tu madre va a morir dentro de poco, quizás ahora, aquí mismo, a tu lado.

Respira hondo, se acaricia la muñeca izquierda, luego acerca a su nariz el trozo de piel bajo el que le late el pulso. Le gusta tocarse cuando está inquieta o preocupada. Pasarse la mano entre los muslos desnudos, por los hombros, la cintura, los brazos. Y olerse. Sabe que es una forma de autoconsuelo infantil, pero eso la tranquiliza. Cuando era niña y tenía algún disgusto, corría a echarse sobre su cama. Hocicaba, hurgaba entre las sábanas, se revolcaba en ellas, husmeaba su olor, se reconocía y encontraba alivio. Todo muy animal, se dice, y no puede evitar sonreír fugazmente, tristemente.

–Dios mío, madre… -se atreve a decir por fin.

–No empecemos-replica Valentina.

–¿Por qué no me has contado nada?

–¿Qué habría sacado con decírtelo? ¿Me hubiera curado yo, o hubieses enfermado tú? – Valentina gira la cabeza y observa a su hija-. Tú ya tienes tus propios problemas. Estás ocupada. No podía hacerte eso, no quería que sufrieras por mí. Sé que no soy la madre perfecta, pero…

–Yo tampoco lo soy.

–… pero siempre he tratado de hacerte sufrir lo menos posible. Y ahora no iba a ser menos.

–La vida… -Penélope tiene ganas de llorar, pero no puede. Quiere decir algo, pero no sabe hacerlo.

–La vida cambia. Ha cambiado. Lo hace todos los días. Aunque las cosas no son lo que no fueron. Quiero decir que esto sigue pasando desde que el mundo es mundo. Quiero decir que la gente se muere cada día, y que nunca son los mismos. Alguna vez nos tiene que tocar, ¿no te parece?

Valentina sonríe. Una sonrisa luminosa, maternal por una vez. Acerca la mano hasta rozar con la yema de los dedos el vestido de Penélope.

–No le des tanta importancia. Nos estamos muriendo todos. Yo no soy la única, aunque lo haré más rápido.

–Pero deberías, deberías…

–Oh, venga, Peny, no empieces con eso. He visto a los médicos que tenía que ver, he contrastado las opiniones que tenía que contrastar y he visitado las clínicas que debía visitar. No me engaño sobre lo que me pasa, ellos no me han engañado, y desde luego no estoy dispuesta a someterme a una tortura hospitalaria para conseguir cinco meses más de vida mineral, ni siquiera vegetal. Enchufada a una máquina y llena de agujeros con cardenillo, igual que una lata agujereada en un campo de tiro. Con la misma movilidad que una



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